Carlos
Saura
La
soledad compartida
Ernesto J. Pastor
Carlos Saura Atarés
(Huesca, 1932)
(Texto
revisado el 1 de marzo de 2018)
Decía
Buñuel,
con su habitual socarronería: Quiero mucho y creo en Carlos Saura, aunque es un poco alemán. A veces le digo que no
tiene sentido del humor, sino de la broma. Buñuel, como casi siempre, tenía
razón, y acertaba plenamente al definir unos rasgos que inconscientemente todos
asociamos con lo germánico: la frialdad, la seriedad y por supuesto, el saber
hacer. De carácter introvertido y poco dado a los fastos tan inherentes al
mundo del celuloide, Saura ha
exteriorizado su soledad a través de su precoz pasión por la fotografía y por
el cine (lo cual viene a ser lo mismo) brindándonos excelentes películas sin
las que el cine español sería hoy otro muy distinto y sin duda menos rico.
Inicialmente
estudia ingeniería industrial que rápidamente simultanea con la fotografía. A
los diecisiete años comienza a hacer fotografías de manera profesional,
realizando, en 1951, su primera exposición en la Real Sociedad Fotográfica
de Madrid, casualmente el mismo año en que se celebra en el Instituto
Italiano de Cultura la semana del neorrealismo italiano que tanta repercusión
tendría en los futuros cineastas. Durante un tiempo trabaja como reportero
fotográfico cubriendo los Festivales de Música y Danza de Granada y Santander.
Con veinte años se embarca en un proyecto de álbum fotográfico sobre los
pueblos y gentes de España. El diario ABC publica una de sus fotos en portada y
la revista París-Match le ofrece un puesto como fotógrafo de plantilla, que él
rechaza. Su hermano, el pintor Antonio
Saura, le habla de lo que entonces se conocía como el Instituto de
Investigaciones y Experiencias Cinematográficas, I.I.E.C.
(la posterior E.O.C.) donde ingresa en 1952: Allí
fue donde nació esta vocación; yo antes ni idea de lo que era el cine, ni
idea... Allí se me ocurrió, primero, hacer documentales, que era lo que yo
creía que podía hacer porque estaba preparado a través de la fotografía. Su
decantación por el mundo del cine, no supone el abandono de la fotografía, de
hecho, en 1955, siendo alumno del I.I.E.C., publica
el reportaje Vagón de tercera clase en la revista Objetivo
que se acompaña con un texto de Basilio
Martín Patino. Un conjunto de cinco fotografías donde retrata a las gentes
de España: un soldado adormilado, una mujer muy mayor de pelo blanco y gafas
redondas, un segador que viene de Córdoba y se ha dormido tirado a lo largo del
duro banco de madera... rostros tras los que imaginamos vidas duras, secas,
llenas de dolor y resignación, y quizás, de pequeñas alegrías.
En
1954 realiza su primera práctica para el I.I.E.C., Tío vivo y que corresponde a su
segundo año de estudios. En aquel entonces estas prácticas de cursos inferiores
se rodaban en
Al
año siguiente dirige La llamada
(1955), práctica de tercer curso para el I.I.E.C,
que esta vez rueda en
Poco
después y fuera del marco del I.I.E.C. rueda en
(Anotación efectuada el 1 de
marzo de 2018:
Este día se proyecta en Filmoteca
Española el cortometraje “Pax” datado, según
programa, en 1955. Corresponde a una práctica del IIEC y juraría que en sus créditos
iniciales figura “Tercer grupo de dirección”. Teniendo en cuenta que Carlos
Saura inició sus estudios en el IIEC en 1952 sí puede ser que este cortometraje
de “Pax” se rodara en 1955 correspondiendo al tercer
año de estudios. El cortometraje exhibido está montado pero sin sonorizar. Su
principal intérprete es Julio Diamante, que en aquel entonces también estudiaba
en el IIEC. Se inicia con un desfile militar (imágenes reales), la gente
saludando, y un dictador que se asoma con gran pompa a saludar (Julio
Diamante). A continuación en un gran despacho se ubica una gran mesa tras la
cual está el supuesto dictador. En el suelo, sentados, unos hombres señalan un
mapa. Entran unos científicos portando una Bomba A que depositan en el suelo. Hay
un acalorado debate. Entre los hombres podemos encontrar al actor Sergio Mendizábal
que también era alumno del IIEC por entonces. Resulta un tanto confuso pero el
caso es que el dictador (Julio Diamante) y su oponente político (Sergio Mendizábal)
se baten en duelo en medio de un bosque (posiblemente la Casa de Campo). Ambos
caen junto a otros que también estaban presentes. En un recorte de prensa se
indica que la Bomba A ha provocado en Roma millones de muertos. El dictador
consulta en unos libros que tiene sobre la mesa y lee algunas citas de la
Biblia como “Paz a los hombres de buena voluntad”. Se trastorna, su atuendo
cambia vistiendo una especie de túnica blanca. Sobre el pecho un cartel con la
palabra “Pax”. Vaga por entre unas ruinas. Un hombre
le entrega un sobre donde se le comunica que va como voluntario a la guerra. Se
pelean violentamente. Le llevan a un psiquiatra que tras examinarle escribe en
un cuaderno la palabra “loco”.
Es un cortometraje confuso en su
narración, con guión del propio Carlos Saura y que evidencia una preocupación
muy de la época a propósito de la guerra nuclear. Al parecer no le fue admitido
como práctica de licenciatura, lo cual no es extraño teniendo en cuenta el irregular
acabado formal del mismo y sin entrar en las cuestiones de fondo donde es
posible que hubiera cierta intención de parodiar al dictador Francisco Franco. Evidentemente
no hay ninguna mención a España, a Madrid, e incluso los uniformes que aparecen
son extraños sin que se pueda asociar a nada en concreto. Incluso el símbolo
que aparece tras la mesa del dictador es un cuadrado (forma geométrica)
inclinado. Un trabajo muy errático, pobre en su aspecto formal e ingenuo en su
fondo. Normal que no se le admitiese teniendo en cuenta el alto nivel que solían
alcanzar estos cortometrajes finales de licenciatura.
(Fin de la anotación del 1 de marzo
de 2018)
Muchos
son los proyectos que el joven Saura quiere
llevar a cabo en estos años con su cámara Paillard
de
En
1957, es decir, cinco años después de su entrada en el I.I.E.C
realiza La tarde del domingo con la que se diploma en
dirección. Curiosamente la idea inicial de Saura para graduarse era
completamente distinta a ésta. Inicialmente presentó una historia, de título Pax,
donde un brutal dictador, interpretado por su compañero Julio Diamante, era ingresado en un manicomio tras pasearse por
Madrid con un cartel donde podía leerse la palabra Pax. (Ver anotación anterior del 1 de marzo de 2018). Le
suspendieron y Eduardo Ducay le convenció para escribir una historia más
acorde con los gustos imperantes, especialmente lo relacionado con el
neorrealismo y la vida cotidiana. Así fue cómo recurrió a un cuento de Fernando Guillermo de Castro, rodando,
por vez primera en la escuela, un mediometraje de treinta y dos minutos, en
Nada
más terminar la escuela rueda, entre mayo de 1957 y mayo de 1958, el
mediometraje documental Cuenca (1958), un encargo del
Ayuntamiento de Cuenca que coincidía con su contratación en el I.I.E.C. como profesor de Prácticas escénicas.
Durante cuarenta minutos asistimos a un honesto, sincero, aunque en ocasiones
mero retrato turístico, de las tierras conquenses y de sus gentes, sin
artificios ni imposturas, con sentimiento y autenticidad y al mismo tiempo con
frialdad germánica. No se puede hablar de Cuenca
sin tener muy presente (como entonces lo tenía Saura), el documental de Luis
Buñuel Las Hurdes (Tierra sin pan) de
1933. Saura consideraba que nadie
siguió el camino abierto por Luis Buñuel en 1933, los documentales realizados desde
entonces (y ponía el ejemplo de Boda
en Castilla, Augusto García Viñolas, 1941) eran fachadas repletas de
tarjetas postales donde sólo se percibía lo exterior. La escuela documentalista
inglesa y algunas producciones soviéticas eran referentes que Saura citaba. Con Cuenca Saura
intenta profundizar, volver la mirada sobre el hombre español, ese hombre
olvidado, fantasma, hundido en el anonimato de tantos documentales baldíos.
Las condiciones de producción fueron paupérrimas: una cámara, un automóvil y
una película de escasa sensibilidad, con la que consiguieron una hermosísima
fotografía en Eastmancolor pero que impedía, al no
tener grupos electrógenos, rodar en interiores, algo que Saura lamentó al no poder mostrar la vida en el interior de las
casas. Los movimientos de cámara se limitaban a sencillas panorámicas,
especialmente sobre los valles, y a la utilización, al no disponer de un travelling, de un transfocator
(el llamado zoom), algo que canta demasiado en secuencias como la de la
Ciudad Encantada que el propio Saura
reconoce haber rodado con desgana y que sin duda se asemeja a un documental
turístico mal rodado. Por contra reconocía como sus mejores secuencias la de La
Mancha y la del Día de Todos los Santos, secuencia ésta que se acompaña de un
texto de Jorge Manrique que nos
recuerda que la muerte trata por igual a reyes y a pastores. El guión de Carlos Saura incorporaba comentarios de
José Ayllón, y la voz en off de Francisco Rabal se erigía en un
protagonista más del documental. La Mancha conquense, los leñadores, los
segadores buscando una sombra donde descansar, y sobre todo, y en lo que es un
claro precedente de La caza,
el calor abrasador acompañado del silencio. Las fiestas populares, los gigantes
y cabezudos, la Semana Santa con sus procesiones y encapuchados, el tronar de
los tambores que en algo recuerdan a Calanda. Mención merece los acertados
apuntes musicales de A. Ramírez Ángel
y José Pagán,
que se acompañan de temas populares y de bellísimos solos de guitarra. Saura decía que quería hacer un cine
primitivo, brutal, donde el hombre y la tierra se identificaran formando un
todo. Cuenca alcanza una notable repercusión crítica, siendo incluso
portada de la revista Film Ideal en su número extraordinario nº 21-22, de julio-agosto de 1958. También Nuestro Cine establecía
la conexión entre Las Hurdes
y Cuenca, para citar el páramo
existente en esos veinticinco años respecto al documental español; sin duda una
apreciación excesivamente reduccionista. Una crítica de la época ponía a Cuenca en colación a Gente de mar (Carlos Llanos y Antonio Álvarez,
1958) y de ambos trabajos decía: Dos películas de correcta factura técnica
que suponen un documento, una fe de vida, un testimonio, en el lenguaje del
arte: la belleza de la forma dentro de la máxima sobriedad. Cuenca
obtuvo una mención especial en el Festival de San Sebastián de 1958 y el
Segundo Premio Sindical Cinematográfico 1958, dotado con 25.000 pesetas. Saura hablaba de Cuenca como una obra modesta con la que trataba de
colocar un primer escalón en la búsqueda del verdadero camino para el
documental español. Saura pasaba de
ser, teóricamente, el Saura-promesa
al Saura-realidad, aunque luego
vendrían sus enormes dificultades para poner en marcha los proyectos que
entonces tenía en mente, lo que le llevó, en julio de
Durante
estos años Saura había ido
afianzando su técnica a través de su participación en otros trabajos.
Interviene como ayudante en el documental incompleto Carta de Sanabria (Eduardo Ducay, 1956), en La Chunga (Leopoldo Pomés,
1958) donde hizo de asesor técnico y de operador en el documental Puertollano (Jesús
Fernández Santos, 1958). Al traste se fueron proyectos como el de aquella
estudiante de Zamora, de nombre María, que llegaba a Madrid para estudiar en la
universidad y se alojaba en casa de unos parientes o los guiones de Young Sánchez que luego
materializaría Mario Camus en 1964,
o el de La boda prohibido
tres veces por censura y que se reconvirtió, años después, en Peppermint frappè
(1967) o el proyecto de El Doctor
Montenegro del que se hablaba en 1961.... Aunque había rodado Los golfos en 1959 la
película no pudo estrenarse hasta julio de 1962 y eso a pesar de haberse
exhibido en el Festival de Cannes de 1960 y en el de San Sebastián del mismo
año. No en vano, y con anterioridad a su rodaje, muchos le habían dicho que el
entonces proyecto carecía del más mínimo interés económico. Era la época de las
comedias rosas y aún así, en una entrevista de 1961 y ante las dificultades,
sobre todo por culpa de la censura, que estaba teniendo para poner en marcha su
segundo largometraje, Saura
declaraba: Incluso mi sueño sería estarme un año en un pueblecito español,
estudiando y analizando sus problemas y sus gentes para hacer allí una película
de largometraje con actores naturales, sonido directo y un equipo muy, muy
reducido. Sin duda algo no muy alejado de documentales como El cielo gira (Mercedes Álvarez, 2004) o En construcción (José Luis Guerin,
2000). Lo cierto es que gracias a su encuentro con Elías Querejeta
y tras el fiasco de Llanto por un
bandido (1963), Saura
supo encauzar una magnífica y prolífica carrera (naturalmente con altibajos)
esencial en nuestra cinematografía y que se prolonga hasta el presente.
Entregado
en exclusividad a los largometrajes, no es hasta 1991 cuando rueda El Sur, un episodio de la serie
televisiva sobre relatos de Jorge Luis
Borges producida por Andrés Vicente
Gómez para TVE. Decía Fellini
que Borges era un autor exultante
para un hombre de cine y Saura
logra, gracias a un tono intimista, hacernos sentir algo del universo de Borges. Un año después rueda Sevillanas (1992), un
mediometraje musical de cincuenta y dos minutos que sirvió de apertura y cierre
a la Exposición Universal de Sevilla, y que logró, en su pase televisivo por la
BBC, una enorme audiencia.
FILMOGRAFÍA
(cortometrajes y mediometrajes):
1954: Tío
vivo, cortometraje ficción
1955: Pax, cortometraje ficción
1955: La
llamada, cortometraje ficción
1955: Flamenco,
cortometraje
1956: El
pequeño río Manzanares, cortometraje documental
1957: La
tarde del domingo, cortometraje ficción
1958: Cuenca,
mediometraje documental
1991: El
Sur, televisión
1992: Sevillanas,
mediometraje documental