“La tentación vive arriba”

(“The seven-year itch”, Billy Wilder, USA, 1955)

 

Por Ernesto J. Pastor (Cinepastor)

14 de octubre de 2017

 

 

Es muy posible que Fernando Trueba, al recoger el Oscar en 1994 por “Belle Époque” exagerara al afirmar que quería creer en Dios, para darle las gracias, pero sólo creía en Billy Wilder. De la misma manera es también posible que el gran Alfred Hitchcock exagerara cuando al ver “Perdición” en 1944, una de las cumbres del cine negro y quizás la mejor película de Billy Wilder, declarara que a partir de ese momento sólo había dos palabras en el mundo del Cine: “Billy Wilder”. Más allá de estas exageraciones tan propias del mundo del Cine, sin duda alguna Billy Wilder, del que hoy vamos a ver una de sus comedias, fue, y es, uno de los más grandes directores y guionistas que la Historia del Cine nos ha dado. Un hombre dotado de un gran sentido del humor y de una gran inteligencia, cuestiones ambas que estoy seguro van de la mano.

 

Como es sabido Wilder perteneció a ese grupo numeroso de intelectuales que tuvieron que huir de Europa a consecuencia del nazismo. Siempre se ha afirmado que su origen era austriaco, sin embargo, nació en una pequeña localidad situada en lo que hoy es Polonia y que en aquel entonces pertenecía, como diría nuestro añorado Luis García Berlanga, al Imperio Austro-Húngaro (era una broma de Don Luis). Aquellos primeros años los vivió entre Cracovia, Viena, Berlín y París. Inicialmente ejerciendo como guionista y periodista llegando incluso a entrevistar en Viena, y con tan solo 19 años, a Sigmund Freud, el padre del psicoanálisis. En Francia codirigió en 1933 su ópera prima “Curvas peligrosas”. Su ascendencia judía y el deterioro de la convivencia en Europa le llevaron finalmente, como a otros muchos, a los Estados Unidos donde siguió ejerciendo como guionista en películas tan importantes como “Ninotchka” de otro genio llamado Lubitsch, que sería su gran maestro, o la divertidísima “Bola de fuego” de Howard Hawks que por cierto queremos proyectar aquí en una próxima sesión.

 

Harto de que le cambiaran sus guiones, consiguió que le dejaran dirigir debutando en el cine americano como director en 1942 con la comedia “El mayor y la menor”. A partir de este momento y hasta 1981 rodaría 24 largometrajes más, dejándonos joyas del cine como la antes citada “Perdición”, la excepcional “El crepúsculo de los dioses” o la que yo considero su comedia más perfecta: “Con faldas y a lo loco”. De los 26 largometrajes que dirigió 16 de ellos pueden calificarse de comedias incluyendo comedias musicales y románticas.

 

La tentación vive arriba”, que es la película que vamos a ver hoy, se sitúa en el ecuador de su obra. Se rodó en 1955 y corresponde a una obra teatral de aquellos años, en concreto de 1952. Un origen teatral fácilmente detectable al estar rodada prácticamente en un único escenario (el apartamento) y a una presencia muy reducida de actores: Tom Ewell (que por cierto ganó el Globo de Oro por esta interpretación) y la ya célebre en aquel entonces Marilyn Monroe (incluso en la propia película hay una broma, un chiste, respecto a Marilyn). Una comedia que transcurre en un sofocante verano neoyorquino de 1955, por cierto fíjense en aquellas cuestiones que a veces nos pasan desapercibidas como el aire acondicionado, el frigorífico o el televisor (recordemos que en España la televisión llegó, y de forma muy reducida, en 1956).  Una película que contiene uno de los iconos más reproducidos de la historia del cine: las faldas de Marilyn levantándose por el aire de una rejilla de metro. Si embargo, y fíjense bien, esa imagen no aparece en la película tal y como la conocemos. El plano de Marilyn en cuerpo entero con las faldas en volandas corresponde a una de las cientos de fotografías que se tomaron en la calle y en el estudio donde se rodó la secuencia. Y no piensen que ese plano fue censurado y se eliminó del montaje.

 

 

 

En España no se estrenaría hasta finales de 1963, es decir ocho años después de su realización y cuando Marilyn ya había fallecido. Por supuesto se calificó, teniendo en cuenta las mentalidades de la época, para mayores de 18 años y la publicidad en prensa afirmaba que si la tentación vivía arriba, era preferible mudarse o atenerse a las consecuencias.

 

Y para finalizar recordemos uno de los inteligentes consejos que Billy Wilder nos dejó y que muchos directores y guionistas suelen olvidar. Él decía que en todas sus películas tenía muy presentes dos mandamientos: el primero, no aburrir y el segundo tener un buen final. Muchas gracias.